jueves, agosto 12, 2010

ENHEBRANDO UNA AGUJA

Paso apresurado, casi al trote, mirada a la distancia, debía llegar antes de que me cerraran el Servicio de Impuestos Internos, con los brazos llenos de carpetas y archivos, agotada y con frío, aunque siempre ando a medio morir cantando y la presión baja, seguro por mis 48 Kgs.…no se porqué me quejo… bueno, mi objetivo estaba claro y me faltaba poco para llegar a mi destino, pero mi marcha fue interrumpida por un anciano sentado en una banca en la Plaza Santa Teresa de los Andes, pleno centro, con una voz dulce y humilde me pide enhebrar una aguja, sorprendida, me detuve y me senté a su lado dejando todas las carpetas al costado, hacía mucho tiempo que no agarraba una aguja, en tiempos lindos era una experta con el manejo de la hebra, bordar era ya casi una tarea diaria, como también pintar y tejer, claro que mi madre no le puso mucho pino al manejo de la cocina, en eso soy un desastre, pero uno que otro platillo me queda de chuparse los dedos.
El anciano me pidió enhebrar la aguja para poner unos botones a una camisa blanca muy blanca casi etérea, yo le dije, yo se los pongo, me lo agradeció y se puso de pie acercándose a una pileta de agua, se lavó las manos, la cara y se afeitó frente a un espejo chiquito, volvió a la banca oliendo a fresco y limpio, mientras yo cosía, él me relataba que era agricultor de allá por Peñaflor, que tenía varias gallinitas, unas colorás y unas castellanas en la casa de una vecina, que recolectaba los huevos y los vendía en la capital, que su hijo y nuera lo había desalojado de su casa y que dormía donde le pillara la noche, que su esposa había fallecido hacía un par de años de un mal de la sangre, seguro era leucemia, que su perro lo iba a dejar a la micro por las mañanas porque siempre lo encontraba el fiel amigo, y más de algún regalito le tenía al can, el era su única compañía en su andar por el campo.
También me contó que una noche los ratones le comieron los dientes porque el siempre tenía un vaso de leche al lado de su cama y claro que por el olor las ratas se iban a su boca, jajajajja, que cosas no!!!
De reojo le miré sus manos, toscas, agrietadas y deformes por el trabajo con el azadón, la picota y el rastrillo, las típicas de un campesino esforzado y pobre, a pesar de eso, este señor llamado Bernardo como su padre, me transmitía una paz infinita y una ternura sin medidas, tenía unos ojos color miel, y las pestañitas estaban cortitas, su piel escamosa y pecosa, su cuerpo chiquito y curtido, su conversar pausado y disonante, no paraba de hablar. Me entretuve mucho rato y me preguntaba, señorita y usted tiene marido? pero como no, si está tan bonita y más encima sabe coser botones, usted está muy flaquita, mire – me decía- le voy a regalar esta media docenita de huevos pa’ que se le vengan los colores a las mejillas, está muy palidita…le iba a recibir los huevos de todas maneras pero se los pagaría, haciéndome la loca le pregunté a cuánto vendía los huevos, a $ 130 cada uno, más barato que en los negocios -me decía-.
Le conté que en el sur yo tenía una pareja de gallitos de la pasión, -me dijo- esos traen mala suerte no sirven pa’ na, mejor regálelos por ahí, no le recomiendo que los tenga en casa, jejejejeje es lo primero que haré cuando llegue a casa de mis padres.
Terminé de pegar los botones se la puso y yo lo abotoné…le dije que tenía algunas camisas casi nuevas en mi casa, que vivía cerca que se las podía regalar, siempre y cuando me esperara un ratito, el aceptó, tomé mis carpetas y sobre ellas un par de pastelitos dejados por las palomas que revoloteaban por el lugar, le di el dinero de los huevos y no quería aceptar, a regañadientes lo hizo, le volví a repetir que me esperara que volvía en un santiamén, el asintió, me apresuré y regresé con las camisas y un par de pantalones, no lo avisté de lejos, me acerqué a la banca, pensé que podía haber ido al baño a la Iglesia que estaba en frente, más nada, sobre la banca había dejado el carrete de hilo blanco con su aguja, Don Bernardo no regresaría.
Y ahí me quedé despabilándome un rato, Impuestos Internos ya estaba cerrado, nada que hacer, volví a mi departamento a paso pausado, saboreándome los huevos revueltos que haría al llegar a casa…

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