lunes, enero 15, 2007
El mar, su gente, Penco querido.
Atiborrada de veraneantes, es una playa segura, calma y deliciosa, rodeada de cerros, cielos despejados y maravillosos, verano 2006
Muelle Penco
Es mejor recordar con placer que con dolor.
Desafío al silencio, desafío a la oscuridad, desafío el aliento mortífero que zigzaguea en mis oídos, sigue rumiando epítetos ponzoñosos, cuál víbora de lengua partida que a parido lánguidos y efímeros engendros, que veloz es tu andar, pero que digo si sólo te arrastras y frotas tu cuerpo imperecedero sobre piedras filosas, no te daña, te fortalece, es tu nueva vida, es tu renacer bajo sombras estrelladas, te escondes sigilosamente, pero nuevamente que digo, tus movimientos estruendosos, pecaminosos y burlescos delatan tu huida empobrecida, no quieres dejar rastros pero sabes que los hay, ya te espera el nido abrigado por una de tu especie, la que lleva el Sari nupcial, la que te acepta, alimenta y devora tu talento brutal, ese que alguna vez deleitó a la minoría.
Y vuelvo mis sollozos al alba etérea, un, dos, tres, despierto, un colibrí revolotea en mi ventana, el batir de sus alas me hacen vadear una fuerte corriente de aire, mis ojos develan la belleza de la vida, la simpleza y calidez de una mano suave pero fuerte, logro soltar las amarras de mi mirada y acaricio su voz que enternece mi alma.
Es sabido que cometido el yerro, modifica a nuestro ser en formas incomprensibles y aún cuando creamos que lo hemos enterrado, en algún rincón de nuestra memoria o corazón, sigue allí como un veneno, en espera de remisión. Y conservaré todos los recuerdos de mi pasado, porque si no ¿ cómo demostraré alguna vez que todo no fue un sueño?
Ya no siento la perdida, porque de un tiempo hasta esta parte he luchado por hacer frente a la inmensidad que es la muerte, tratando de aceptar su carácter definitivo, huérfana no puedo sentirme, pues tuve la gracia divina de poseer unos padres maravillosos que me amaron y cuidaron con dedicación, ninguno de ellos me abandonó siendo pequeña, ninguno me negó, fui engendrada por amor, llevo sus apellidos en gloria y majestad, recordándolos cada día de mi vida.
De regreso a mi hogar recorro los cuartos, el jardín cultivado por la reina de la casa, la soñadora idealista, vaga y creativa Alice, sus árboles han crecido y cada verano están poblados de dulces frutos, como no apreciar la fuente inagotable e infinita del librero, aquel construido con madera maciza de roble, en donde descansan polvorientos los tesoros de mi Enri, Asimov, Herbert, Brosnan, Clarke, Dickson, Antologías de Novelas de Anticipación, Mitologías de Novelas del Oeste, Narraciones Terroríficas, las infaltables Readers Digest y como no nombrar a su último escritor Wilbur Smith que con sus historias lo transportaron miles de veces al África.
Todo está intacto, todo en su lugar, hasta la maquinita eléctrica para matar zancudos, el comedor en donde nos sentábamos a degustar los exquisitos platos cocinados por mi madre, las cortinas ya están pasadas de moda, pero como deshacerse de ellas, como cortar las rozas, claveles, gladiolos, flores del inca y la arómatica lavanda, esa que mi padre deshojaba y mi madre las vertía en bolsitas de tul para aromatizar los closets.
Cuán cercana estoy de reconocer, aceptar y sentir que por fin la felicidad está en mis manos, que llevo cada día más apretados todos mis recuerdos, que nada ni nadie me hará desprenderme de ellos.
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