lunes, junio 02, 2008

LA PLANTA


En esa habitación la luz era tenue, adormilada. Las cosas estaban en su lugar sin un milímetro de descuadre.
Más allá de la cama, la planta con sus hojas redondas y de un verde profundo, silenciosa crecía, bebiendo las gotas de líquido que cada ciertas horas le entregaban los que se ocupaban de ella. Eso le satisfacía. No le daba el sol: No podía recibir directamente aquellos rayos que para otras eran imprescindibles. Tan solo reflejos incandescentes de neón, quizás algo de iluminación desde la ventana al abrir sus párpados americanos, por la mañana. Y la tierra de su macetero, sin plagas ni molestos insectos, era deliciosa y blanda, traída especialmente para ella. Eso le bastaba, no necesitaba más. Y seguía creciendo.
Giró en la cama y estiró sus brazos. Al despertar completamente, dio un salto, aterrada. ¿Qué hacía en esa habitación? ¿Quién la había traído hasta allí? Nada le era familiar. Y ese silencio…Le asustaba. Al parecer se encontraba en un hospital o clínica, pero era absurdo. En vano buscó sus pantalones y blusa; se habían esfumado o alguien las había guardado en algún lugar inaccesible. Se puso de pie y comenzó a recorrer el cuarto, registrando unos cajoncitos de un mueble blanco al frente de la cama. No halló nada en especial, solo un resto de algodón.
El cuarto estaba pulcro y le llamó la atención su perfecto orden. También le pareció curiosa la posición de aquella plantita en un rincón, se veía sola, no obstante sintió una rara sensación de alegría pues sus formas sinuosas y su color le daban a ese lugar un soplo de vida. Al cabo de unos segundos su mente volvió al presente y se impacientó. No sabía si llamar o salir. Tenía cierta reticencia a que la vieran desnuda; pero el tiempo transcurría y nadie venía a preocuparse de ella. Entonces se decidió a abrir la manilla metálica y asomar su cabeza para observar. El pasillo estaba desierto, sólo luces en el techo y una gran alfombra roja y peluda que se perdía tras unas brillosas puertas de vidrio. Cerró suavemente y volvió sobre sus pasos. Había perdido la noción de la hora, pero calculaba que por la luz solar eran alrededor de las cuatro. ¡La ventana! Como un rayo sus dedos tiraron del cordel de las persianas para observar la calle. Afuera los buses y los autos se deslizaban en forma pausada, obedeciendo a los semáforos alineados como guardianes celosos. Los transeúntes, ágiles, iban de un lado a otro, ajenos al par de pupilas que espiaban desde la altura.
Sintió un impulso de abrir la ventana y pedir ayuda, más se retractó. Tal vez podría ser un escándalo inútil por una torpeza suya, ya que si estaba allí era por algo y realmente no era necesario: Alguien debía llegar en algún momento y por último tenía la puerta para salir a buscar auxilio. Se calmó, sin embargo muchas dudas le rodeaban, ella no se sentía enferma, ni tampoco veía heridas ni fracturas en su cuerpo. Aun más ahora estaba ágil y liviana, como después de haber dormido muchas horas. Aun así las preguntas incesantes atiborraban su cerebro.
-¿Cómoda la señorita?- sonó una voz a sus espaldas.
-¿Y usted quién es? ¿Y cómo entró aquí?- preguntó al tiempo que corría a ocultarse bajo la colcha rosada.
-¡Pero señorita Valencia, si usted misma me pidió que viniera antes del inicio de las PROA!- contestó risueña la enfermera, estirando y acomodando los cojines de la cabecera.
-¿PROA? ¿Qué yo le pedí que viniera?- preguntó casi al borde de la desesperación.
-¡Calma señorita! ¡Uf ha dormido veintiocho horas! Pero recuerde que no debe forzar su cerebro hasta media hora más.-
-¡Pero señorita yo no estoy enferma! ¡No tengo nada que hacer en este lugar! ¿Es una broma verdad? Insistía sin salir de su asombro.-
-¡Señorita Valencia! Usted sabe que no me agradan las personas complicadas, así que terminemos con todos estos comentarios sin sentido y relájese porque ya se acerca su PROA- fue la respuesta seca y un tanto dura de la joven.
-¡Exijo ver a su jefe o usted se arrepentirá!- gritó.
-¡Está bien! ¡Está bien! Tranquila, relájese, llamaré al doctor-.
Mientras esperaba la llegada del superior, trató de ordenarse interiormente, podía ver a su compañera de trabajo en la oficina, siempre libidinosa. También aquellos tipos del pub sonriéndoles. Luego su departamento, con los dos tipos y esa música lenta, en tanto Leslie bebía una copa de Mojito, en otra secuencia, desnuda en un sillón entre un torberllino orgiástico de cuerpos y carnes ardientes. En un rincón también veía a Leslie, también desnuda. Después oscuridad. No recordaba nada más. Se iba todo difuminando y allí estaba desorientada y furiosa a la vez.
Cuando el hombre de delantal blanco, al parecer el doctor, terminó de oír el relato de Leyla, se rascó la cabeza y masculló que el calmante era muy fuerte.
-¿Entonces usted cree que estoy loca doctor?- preguntó molesta.
-¡No mujer! Si usted estuviera loca no estaría aquí. Sería una irresponsabilidad de nuestra parte. Lo más probable, es que usted fijó la fiesta que tuvo en su subconsciente y a este no le interesa recordar su trayecto posterior al centro. Es muy natural. Esa celebración fue más que satisfactoria. ¿No cree?- terminó el hombre con una sonrisa pícara.
-Sí, pero yo no he deseado venir a este lugar en ningún momento. Seguramente la tonta de Leslie debe haberme puesto una pastilla en el trago, para traerme aquí y…
-¿Traerla? ¡Por favor señorita Valencia! ¡Si yo mismo lo recibí y la ayudé con el equipaje!- apuntó el hombre con un tono paternal que me recordó a mi padre- Usted llegó total y absolutamente sola. Tiene mi palabra.- finalizó solemne.
-¡A mí no me interesa su palabra! Lo que yo quiero es: ¡SALIR DE AQUÍ! No me importan sus experimentos, ni sus curas de sueño, ni su centro, ni nada. ¡Quiero mi ropa y las cosas que traje!- reclamó gritando agarrando al pobre doctor por las solapas.
-¡Pe-pe-pe-pero Señorita Leyla usted es una ELEGIDA! ¡No puede desperdiciar esta oportunidad! Ya tendrá usted tiempo para volver a su casa y hacer lo que quiera y…sana…como usted no deben existir más de cinco personas en el mundo ¿entiende? esta es una investigación mundial aprobada por todas las potencias y existe una gran posibilidad de descubrir con éxito la enzima que no produce…
No podía creer lo que estaba pasando, estaba muda, absorta y sólo parpadeaba sin saber que decir. ¿Qué era ser una ELEGIDA? ¿PROA? Esto debía ser una broma una maldita broma, un sueño, un maldito sueño.
-Prometimos no llevarla al extranjero y hacer los estudios aquí, hemos cumplido, sólo falta que usted razone pues ya firmó su consentimiento, debe estar tranquila y descansar- al instante que se retiraba de la habitación.
Se sentó al borde de la cama por su mente pasó la visión de sus padres, hermanos y primos, olvidándose por completo de sus sobrinos y amores pasados, a lo lejos escuchaba a la enfermera, la planta de la señorita Valencia está un tanto reseca. Debe regarla más seguido.
Al rato volvió a ver la a la joven enfermera y al doctor, quienes venían con tres asistentes más. Traían una mesita de metal, y sobre ella un terminal computacional, enchufes, un monitor y unos cables verdes transparentes que terminaban en algo como electrodos. En un rincón un gran vaso con un líquido naranja.
Iniciaron los preparativos, antes Leyla había escondido la llavecita que llevaba colgada en su cuello en la tierra húmeda y blanda donde crecía la planta, sólo ella lo sabía.
Acto seguido los asistentes, conectaron los cables a sus muñecas y le indicaron que bebiera el liquido anaranjado, mientras tanto una aguja se incrustaba en la vena más gruesa del cuello, comenzó a sentirse mareada, mientras tanto el doctor le decía que podía pensar o imaginar lo que quisiera.
-¿Está lista?
-Sí estoy lista- respondió en medio de un sopor agradable.
-Ya doctor, nos llegó la señal del servidor. Comienza el conteo- advirtió uno de las asistentes.
-Siete…seis…cinco…cuatro…tres…dos…uno…. Funciones interconectadas. Proyecto de acción autodirigida, corriendo y en pantalla, impulsos cerebrales activos.
Atónita, vio como el lecho se transformaba en una inmensa llamarada en la que flotaba, sin dolor ni una sensación especial, sólo flotar. ¡Era maravilloso! Volvió a recordar su cama y a las personas que le rodeaban, y allí seguían, mudas observándole.
Sintió deseos de crear y tiñó el cielo de verde y rojo. Hizo brotar de los árboles de la nada y los moldeó y les otorgó formas geométricas. Transformó montañas y ríos en inconmensurables instrumentos musicales, los que a su orden sonaban celestialmente. Visitó planetas y las profundidades más recónditas de los océanos. Cualquier distancia le pareció corta. Así en una seguidilla interminable pasó su vida ante sus ojos: la muñeca negra de cabellos blancos a los cinco, un botiquín de primeros auxilios a los diez, algunas fiestas en el liceo a los quince y luego desde los veinte hasta los treinta y tres, lo mismo cada día. La misma rutina, el mismo ascensor, la silla gastada en las puntas, los amantes ocasionales, las amistades triviales. Su vida era mucho más plana que el cuadro de honor de su oficina. También y bajo una luz amarilla estaba la obsesión de su vida y lo llamó. Nuevamente se desató en ella la más encendida fiebre, pasión y enamoramiento y en medio de nieblas azules, rojas, verdes y turquesas lo hizo suyo y fue feliz. Hasta que pasado cierto tiempo, algo comenzó a picarle el alma, algo no encajaba y le llenaba de un temor frío y extraño. Y es que él no actuaba por cuenta propia, sino que como todos obedecía sin reproche, al más mínimo capricho de ella, a carcajadas se alejaba, más y mas…
Y la soledad comenzó a invadir sus poros. Era una elegida más, pero nada venía a ella por sí mismo o propia voluntad. Ese era el precio a su absoluto. Y desolada lloró, mares, tempestades y sal; y comenzó a buscar en los recovecos de su mente algo o alguien que pudiera restituirle la alegría o se diera sin tener que exigirlo. Y casi no halló nada. Entonces al borde de la desesperación, evocó sus últimos momentos antes de someterse al PROA. Y allí volvió a aparecer la sala vacía con la plantita al rincón. Allí era lo único que había. La vio reseca y deseó que creciera y se convirtiera en la más hermosa de todas. Su color verde de algún modo le disipaba la amargura y desesperación de su alma. La planta crecía vigorosa, sus hojas como seda acariciaban su piel y secaba sus lágrimas.
Despertó sangrando por la nariz y boca, una arritmia acompañada de una apnea casi la deja en estado vegetal conectada por siempre a una máquina. Los segundos transcurridos sin oxígeno producto de la apnea causó extremadamente una baja de oxígeno en su sistema, la conectaron a equipos de urgencia, veía movilizarse a los asistentes que alegaban no poder detener la hemorragia, más ella se desvanecía se alejaba…
Ni siquiera él en los momentos más álgidos la había entendido, no lo logró. y por primera vez se le ocurrió que ese vegetal podría aceptarla aun no siendo humana, y al cual no podría ordenar, ni llegar a su conciencia, pues porque simplemente no la tenía. Por lo demás ella no la había llamado directamente a su reino: siempre había estado en esa habitación. Quiso entonces poseerla, pero al intentarlo, se percató que aun para ella, era imposible: sus estructuras eran muy distintas, pero con su infinito poder, no podían existir impedimentos y concluyó que la forma de entrar era convertirse en agua para acceder a sus raíces. y así a medida que fluía y se dispersaba por los canales de ese ser, sentía como estos se contraían, acariciándola, poseyéndola, succionándola hasta el éxtasis. En este lugar era feliz y en forma de líquido, a cada movimiento suyo, el placer se multiplicaba ilimitadamente. Se sentía recibida en un silencio abismal, lento y pacífico.
Ya no quería irse de ahí y para no ser evaporada por el calor del verano, decidió pasar a ser parte de la cadena molecular de su planta, adaptando sus células, haciéndolas idénticas a las del vegetal. de este modo y en medio del verde y la luz, se dejó llevar por aquel torrente mágico. En un postrer y remoto contacto con la vida anterior, lanzó un extraño adiós al doctor que entraba al cuarto, quien fue incapaz de percibir el finísimo movimiento de las hojas del vegetal.
El doctor movió la cabeza en forma apesadumbrada, revisando por si acaso, el indicador de signos vitales, los que seguían estables y sin manifestar curvas ascendentes, ni cambios sustanciales.
-Parece que no queda más que hacer enfermera- dijo con voz queda- ¿Despertó en algún momento?
-No doctor. Tan sólo cuando subíamos el ascensor balbuceo algunas incoherencias. Algo así como proe o proa, no sé. ¡Ah! Y algo de una planta- respondió la enfermera un tanto confusa.
-Está bien enfermera. Es natural en estos casos: La descoordinación es generalizada y progresiva hasta que se pierde la capacidad de lenguaje- explicó el especialista.
- ¿ Y no hay ninguna posibilidad que pueda volver o recuperar al menos la conciencia?
- ¡ Que más quisiera yo enfermera! Tal vez un milagro… a estas alturas el daño cerebral es irreversible por lo menos no sufre ningún dolor. –se consoló.
-¡Pero respira y está viva!- dijo la mujer emocionada.-
- Bien digámoslo así: Es un vegetal y lo será hasta el día de su muerte, sin conciencia ni dolor. Es cuestión de horas, días o quizás años. Nunca se puede saber con certeza.-
Antes de salir la enfermera, levantó las frazadas que se habían deslizado un tanto y aplastaban las hojas de la planta a un costado de la cama.
- Bien señorita. Hay que cuidar esta plantita. Al fin de cuentas será el único ser que acompañe a esta pobre mujer- terminó su frase desconectando algunos switches y apagando el interruptor de la habitación.
Adentro sólo se podía sentir en forma casi imperceptible el sonido de respiración del cuerpo de la mujer que se hallaba en la cama, cuya alma ya no se encontraba en ella, pero estaba muy cerca.
Abajo, silenciosa, la planta seguía creciendo.

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